La muerte y el Psicoanálisis.
“La posibilidad de enfrentar
la muerte propia siempre ha sido una difícil tarea para el ser humano. Como
efecto de su desamparo, la necesidad de considerar eternamente alejado el fin,
lo lleva muchas veces a que se torne imposible el poner en palabras la compleja
red de afectos y representaciones que lo invaden cuando la confirmación de un
diagnóstico se le impone” (Fulco, 2002).
Inclusive
hablar de la muerte ajena y más aún de un ser querido conlleva repercusiones en
el sujeto que se expanden en todo su contexto social (familia, amigos, trabajo,
vecinos, etc.). Actualmente la muerte se manifiesta y se trabaja de modos
diferentes, anteriormente se realizaban rituales propios de cada religión,
familia o cultura, hoy en día sin embargo en algunas sociedades estos rituales
se han convertido en obligaciones, trámites que nadie quiere hacer y cargas
emocionales que todos quieren olvidar, e incluso el llanto, la angustia,
ansiedad, el miedo es dudoso, ¿se siente tristeza por la persona amada que nos
abandona o por el miedo que tenemos de la muerte propia? Como menciona Fulco
(2002), “el hombre ha logrado figurar la
muerte de maneras tan diversas: el horror, la belleza, la bienaventuranza, el
pasaje a una vida mejor, son algunas de las formas en que ha intentado cercar
la que sigue siendo una de sus esenciales angustias”.
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La
muerte desde esta corriente psicológica es, haciendo un resumen, la pérdida de
nuestro objeto amado, la pérdida del enlace (libidinal) que hacemos con la
persona que escogimos, es saber que ya no existe y no va a estar nunca más y no
está en ningún lugar ubicable. Si se lo busca en la tumba, desenterrándolo y
llevándoselo consigo, estaríamos en la psicosis (García, 2009) .
Uno
de los rituales mayormente practicados, que ayudan a que los dolientes puedan
llevar a cabo el proceso de duelo es el entierro del ser querido, un lugar
físico en donde expresan y depositan simbólicamente la fantasía de un
reencuentro; una lápida que testifique que su ser amado existió y además que no
se ha desvanecido del todo, sin embargo el cadáver no es lo real del objeto
querido, es su resto (García, 2009) .
Para
finalizar y dando respuesta a la pregunta planteada anteriormente, considero
que de acuerdo a la información encontrada, para el psicoanálisis la muerte de
una “ser querido”, nuestro duelo, nuestra tristeza, la angustia y la ansiedad
es, una herida narcisista propia, es la expresión del miedo a no ser nada, al
momento de la extinción personal, es ver reflejado el resultado de nuestras
vidas, nos duele saber que alguien más murió, claro, porque es con quien
tuvimos experiencias, porque compartimos momentos, porque nos acostumbramos
quizá a esa persona; sí, pero más allá de todo esto, nos duele porque en ese
momento (en la muerte de otra persona), es cuando nos dedicamos a repensar
nuestra propia vida, los resultados, las pérdidas, lo que dejaremos cuando
nosotros no estemos en el mundo, queremos dejar huella y ser relevantes para
todos quienes nos conocen, cuestionamos si las cosas que estamos haciendo son
las correctas, si nos mereceremos el perdón de aquellos a los que hemos dañado,
si nos lloraran en nuestro funeral, si nuestra vida ha valido cada segundo y
cada respiro, pensamos en mejorar y crecer egoístamente, frente a la tumba de
alguien más.
Bibliografía
Freud, S. (1993). Obras completas tomo 14: Duelo
y Melancolía. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Fulco, C. (2002). Duelo por la propia muerte: ¿duelo
posible? Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 92-100.
García, J. (2009). La muerte y el objeto. Revista
Uruguaya de Psicoanálisis, 90-107.
Gerez, M. (2005). El incurable luto en psicoanálisis. Psicología
em Revista, 179-187.
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